¿Cómo se explica cuando las cosas no salen como se supone? O mejor,
¿cómo se explica cuando otros son capaces de lograr cosas que parecen
desafiar todas las hipótesis? Por ejemplo, ¿Por qué Apple es tan
innovador? Año tras año, tras año, tras año, son más innovadores que
toda su competencia. Sin embargo, son sólo una empresa de ordenadores.
Son como todas los demás. Tienen el mismo acceso a los mismos talentos,
las mismas agencias, los mismos consultores, los mismos medios.
¿Entonces por qué parece tener algo diferente? ¿Por qué es que Martin
Luther King dirigió el movimiento de derechos civiles en USA? No fue el
único hombre que sufrió la era previa a los derechos civiles en EE.UU y
ciertamente no era el único gran orador del momento. ¿Por qué él? ¿Y por
qué es que los hermanos Wright fueron capaces de idear los vuelos
tripulados autopropulsados cuando ciertamente había otros equipos mejor
calificados, mejor financiados que no lograron un vuelo tripulado y los
hermanos Wright tomaron la delantera?.
Resulta ser que hay un patrón!. Al
parecer, todos los grandes líderes que inspiran y las organizaciones en
el mundo, se trate de Apple, de Martin Luther King o de los hermanos
Wright, todos piensan, actúan y se comunican exactamente de la misma
manera. De manera opuesta a todos los demás. Y probablemente sea la idea
más simple del mundo. Lo llamo “El círculo de oro”.
¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué? Esta pequeña idea explica por qué algunas
organizaciones y algunos líderes pueden inspirar mientras que otros no.
Permítanme definir los términos muy rápidamente. Cada persona, cada
organización del planeta sabe lo que hace en un 100%. Algunas saben cómo
lo hacen: llámese propuesta de valor. Pero muy, muy poca gente y
organizaciones saben por qué hacen lo que hacen. Y cuando digo “por qué”
no me refiero a “ganar dinero”. Eso es un resultado. Siempre lo es. Con
“por qué” quiero decir: ¿cuál es el propósito? ¿Cuál es la causa? ¿Cuál
es la creencia? ¿Por qué existe la compañía? ¿Cuál es la razón para
levantarse cada mañana? ¿Y por qué debería importarle a alguien? Bueno,
como resultado, nuestra manera de pensar y actuar, nuestra manera de
comunicarnos, es de afuera hacia adentro. Es obvio. Vamos de lo más
definido a lo más difuso. Pero los líderes inspirados y las
organizaciones inspiradas sin importar su tamaño, sin importar su
sector, todos piensan, actúan y se comunican desde adentro hacia afuera.
Les voy a dar un ejemplo. Yo uso Apple como ejemplo porque se
entiende fácilmente. Si Apple fuera como todas las demás, su mensaje de
mercado diría algo así: “Fabricamos ordenadores geniales. Están muy bien
diseñados, son sencillos y fáciles de usar. ¿Quieres comprar uno?” No!.
Así es como la mayoría de nosotros se comunica. Así se hace la mayoría
del marketing y de las ventas. Así es la comunicación interpersonal para
la mayoría de nosotros. Decimos lo que hacemos, decimos cuán diferentes
o mejores somos y esperamos un determinado comportamiento: una compra,
un voto, ….
Apple realmente se comunica así: “En todo lo que hacemos, creemos en
el cambio del status quo. Creemos en un pensamiento diferente. La manera
como desafiamos el status quo es haciendo productos muy bien diseñados,
sencillos y fáciles de usar. Sencillamente hacemos ordenadores
geniales. ¿Quiere comprar una?” Completamente diferente, ¿verdad?. Todo
lo que hice fue invertir el orden de la información. Esto demuestra que
la gente no compra lo que uno hace; la gente compra el porqué uno lo
hace. La gente no compra lo que uno hace sino el porqué uno lo hace.
Esto explica por qué todas las personas se sienten tan cómodas
comprando ordenadores de Apple. Pero también nos sentimos muy a gusto
comprando reproductores de MP3 de Apple, teléfonos de Apple, o un DVR de
Apple. Pero como dije antes, Apple es simplemente una empresa de
ordenadores. No hay nada que los distinga, estructuralmente, de sus
competidores. Sus competidores están todos igualmente calificados para
fabricar estos productos. De hecho, lo intentaron. Hace unos años
Gateway sacó televisores de pantalla plana. No vendieron ni uno!. Dell
lanzó reproductores de MP3 y PDAs. No vendieron ni uno!. De hecho,
hablando de eso, ni remotamente se nos ocurre comprar un reproductor de
MP3 de Dell. ¿Por qué compraría uno un reproductor de MP3 a una compañía
de ordenadores? Pero lo hacemos a diario. La gente no compra lo que uno
hace; compra el porqué uno lo hace. El objetivo no es hacer negocio con
todos los que necesitan lo que uno tiene. El objetivo es hacer negocio
con la gente que cree en lo que uno cree. Esa es la mejor parte.
Nada de lo que les estoy diciendo es mi opinión. Todo está basado en
los principios de la biología. No en psicología, en biología. Si uno
mira un corte transversal del cerebro humano, desde arriba hacia abajo,
lo que ve es que el cerebro humano está dividido en tres componentes
principales que se correlacionan perfectamente con el círculo de oro.
Nuestro nuevo cerebro de Homo sapiens, nuestro neocórtex se corresponde
con el nivel “¿qué?”.El neocórtex es responsable de todos nuestros
pensamientos racionales y analíticos y del lenguaje. Las dos secciones
del medio forman nuestro cerebro límbico. Y nuestro cerebro límbico es
responsable de nuestros sentimientos como la confianza y la lealtad.
También es responsable del comportamiento humano, de la toma de
decisiones y no tiene habilidad para el lenguaje.
En otras palabras, cuando nos comunicamos de afuera hacia adentro la
gente puede entender gran cantidad de información complicada, como
características, beneficios, hechos y cifras. Eso no guía el
comportamiento. Cuando nos comunicamos de adentro hacia afuera, estamos
hablando directamente con la parte del cerebro que controla el
comportamiento y entonces le permitimos a la gente racionalizarlo con
las cosas tangibles que decimos y hacemos. Aquí se originan las
decisiones instintivas. Ya saben, a veces uno puede darle a alguien
todos los hechos y las cifras y ellos dicen “conozco todos los hechos y
detalles, pero siento que algo no está bien”. ¿Por qué usamos el verbo
“sentir”? Porque la parte del cerebro que controla la toma de decisiones
no controla el lenguaje. Y lo mejor que podemos elaborar es: “No sé,
siento que algo no está bien”. O en ocasiones uno dice que lo guía el
corazón, o que uno tiene un pálpito. Todo sucede aquí en el cerebro
límbico, la parte del cerebro que controla la toma de decisiones y no el
lenguaje.
Pero si uno no sabe por qué hace lo que hace y la gente responde al
porqué hacemos lo que hacemos, entonces, cómo vamos a hacer que la gente
vote por uno o nos compre algo o, más importante, sea leal y quiera ser
parte de lo que sea que uno haga. De nuevo, el objetivo no es venderle a
la gente lo que uno tiene; el objetivo es venderle a la gente que
comparta nuestras creencias. El objetivo no es sencillamente contratar
gente que necesita un empleo; es contratar a la gente que crea en lo
mismo que uno. Yo siempre digo que si uno contrata gente sólo porque
puede hacer un trabajo, entonces trabajarán por el dinero pero si uno
contrata gente que comparte nuestras creencias, entonces trabajarán
poniendo sangre, sudor y lágrimas. Y no hay mejor ejemplo de esto que el
de los hermanos Wright.
Mucha gente no conoce a Samuel Pierpont Langley. En los albores del
siglo XX conseguir el primer vuelo tripulado autopropulsado era como
descubrir internet hoy. Todo el mundo lo estaba intentando. Y Samuel
Pierpont Langley tenía lo que suponemos es la receta del éxito. “¿Por
qué falló su producto o su empresa?” La gente siempre responde con una
variante de las mismas tres cosas: falta de capital, las personas
equivocadas o malas condiciones de mercado. Son siempre las mismas tres
cosas, así que exploremos eso. El Departamento de Guerra le dio a Samuel
Pierpont Langley 50.000 dólares de la época para que ideara esa
“máquina voladora”. El dinero no fue un problema. Él fue asistente en
Harvard y tenía conexiones extremadamente buenas. Conocía a todas las
grandes mentes del momento. Contrató a los mejores. Las condiciones de
mercado eran fantásticas. The New York Times lo siguió a todas partes. Y
todo el mundo estaba a favor de Langley. Entonces, ¿cómo es que nunca
oímos hablar de Samuel Pierpont Langley?
A unos cientos de kilómetros de distancia en Dayton, Ohio, Orville y
Wilbur Wright, no tenían ningún ingrediente de lo que consideramos como
la receta del éxito. No tenían dinero. Financiaban su sueño con las
ganancias de su tienda de bicicletas. Ninguno en el equipo de los
hermanos Wright tenía educación universitaria, ni siquiera Orville o
Wilbur. The New York Times no los siguió a ninguna parte. La diferencia
fue que a Orville y Wilbur los guiaba una causa, un propósito, una
creencia. Creyeron que si eran capaces de idear una máquina voladora,
eso cambiaría el curso del mundo. Samuel Pierpont Langley era diferente.
Quería ser rico, y famoso. Busca resultados. Estaba en busca de la
riqueza. Y miren lo que sucedió: la gente que creyó en el sueño de los
hermanos Wright trabajó con ellos dejándose sangre, sudor y lágrimas.
Los otros sólo trabajaron por la paga.
El 17 de diciembre de 1903 los hermanos Wright remontaron el vuelo y
nadie estaba allí ni siquiera para experimentarlo. Nos enteramos de eso
unos días más tarde. Y una prueba más de que a Langley lo movía un
interés equivocado, es que el día que los hermanos Wright remontaron el
vuelo, él abandonó. Pudo haber dicho:”Muchachos, es un descubrimiento
asombroso y voy a mejorar su tecnología”, pero no lo hizo. No fue el
primero, no se hizo rico, tampoco famoso, así que abandonó.
La gente no compra lo que uno hace; compra el porqué uno lo hace. Y
si uno habla de sus creencias, atraerá a los que creen en lo mismo.
¿Pero por qué es importante atraer a los que comparten nuestras
creencias? Por algo llamado “la ley de difusión de la innovación”. Y si
uno no conoce la ley, definitivamente conoce la terminología. El primer
2,5% de nuestra población son nuestros innovadores. El siguiente 13,5%
de nuestra población son los adoptadores tempranos. El próximo 34% son
la mayoría temprana, la mayoría tardía y los rezagados. La única razón
por la que esta gente compra móviles táctiles es que ya no venden otro
tipo de teléfonos.
Todos caemos en distintos lugares en distintos momentos en esta
escala, pero lo que nos dice la ley de difusión de innovación es que si
queremos tener éxito en mercados masivos o que una idea sea aceptada en
el mercado masivo, no puede lograrse hasta alcanzar este punto de
inflexión que está entre el 15% y 18% de penetración de mercado. Y luego
la balanza se inclina. Así que hay una pequeña brecha que hay que
cerrar. Como Jeffrey Moore la llama: “cruzar el abismo”. Porque la
mayoría temprana no probará algo hasta que otro lo haya probado primero.
Y estos tipos, los innovadores y los adoptadores tempranos, están
cómodos tomando esas decisiones instintivas. Se sienten más cómodos
tomando esas decisiones intuitivas que son guiadas por lo que ellos
creen acerca del mundo y no por el producto que está disponible.
Esta es la gente que esperó seis horas para comprar un iPhone cuando
salieron por primera vez, cuando pudieron haber ido a la tienda la
semana siguiente y comprarlo allí. Esta es la gente que pagó 40.000
dólares por televisores de pantalla plana cuando recién salieron a pesar
que la tecnología no estaba a punto. Y, a propósito, no lo hicieron
porque la tecnología fuera genial. Lo hicieron por ellos mismos. Porque
querían ser los primeros. La gente no compra lo que uno hace; compra el
porqué lo hace. Y lo que uno hace simplemente demuestra lo que uno cree.
De hecho, la gente hará las cosas que demuestren sus creencias. La
razón por la que esas personas compraron el iPhone en las primeras seis
horas, fue debido a lo que creían sobre el mundo y por cómo querían que
los demás los vieran. Fueron los primeros. La gente no compra lo que uno
hace; compra el porqué lo hace.
Así que permítanme darles un famoso ejemplo, un fracaso famoso y un
éxito famoso de la ley de difusión de la innovación. Primero, el fracaso
famoso. Es un ejemplo comercial. Como dije antes, hace un segundo, la
receta del éxito es el dinero, la gente adecuada y las condiciones de
mercado favorables. Correcto. Uno debería tener éxito entonces. Miren
TiVo (www.tivo.com/) Desde su
lanzamiento, hace unos ocho o nueve años hasta nuestros días son el
único producto de más alta calidad en el mercado, eso no se discute.
Tuvieron muy buena financiación. Las condiciones de mercado eran
fantásticas. Quiero decir, usamos TiVo como verbo. Yo “tiveo”.
Pero TiVo es un fracaso comercial. Nunca han ganado dinero. Y cuando
hicieron la OPA (oferta pública de acciones) sus acciones estaban en 30 ó
40 dólares y luego se desplomaron y ya nunca superaron los 10. De
hecho, creo que nunca superaron los 6, salvo en un par de pequeños
picos. Porque cuando TiVo lanzó el producto nos dijeron todo lo que
tenía. Dijeron: “Tenemos un producto que pausa la TV en vivo salta los
anuncios, retrocede la TV en vivo y memoriza los hábitos del televidente
sin que uno lo pida”. Y la mayoría cínica dijo:”No les creemos. No lo
necesitamos. No nos gusta. Nos están asustando”. Y si hubieran dicho:”Si
eres el tipo de persona al que le gusta tener control total sobre cada
aspecto de su vida, hombre, tenemos un producto para ti: pausa la TV en
vivo, salta los comerciales, memoriza tus hábitos de televidente, etc,
etc”. La gente no compra lo que uno hace; compra el porqué lo haces. Y
lo que uno hace simplemente sirve como prueba de lo que uno cree.
Ahora déjenme que les dé un ejemplo exitoso de la ley de difusión de
la innovación. En el verano de 1963, 250.000 personas se hicieron
presentes en el Paseo de Washington para oír al Dr King. No mandaron
invitaciones y no había sitio web para verificar la fecha. ¿Cómo se hace
eso? Bueno, el Dr. King no era el único gran orador en EE.UU. No fue el
único hombre de EE.UU. que sufrió la era previa a los derechos civiles
en EE.UU. De hecho, alguna de sus ideas eran malas. Pero él tenía un
don. No iba por ahí diciendo a la gente lo que tenía que cambiar en
EE.UU. Iba diciéndole a la gente en qué creía.”Yo creo, yo creo, yo
creo”, le dijo a la gente. Y la gente que creía lo mismo que él tomó su
causa y la hizo propia, la transmitían a la gente. Algunas de estas
personas crearon estructuras para correr la voz a otras personas. Y he
aquí que 250.000 personas se hicieron presentes el día indicado, en el
momento indicado, a oírlo hablar.
¿Cuántos fueron a verlo a él? Ninguno. Fueron por sí mismos. Es lo
que creían sobre EE.UU. lo que los llevó a viajar en bus 8 horas a
pararse bajo el sol de Washington a mediados de agosto. Eran sus
creencias, no un tema de negros contra blancos. El 25% de la audiencia
era blanca. El Dr King creía que hay dos leyes diferentes en este mundo:
la que emana de la autoridad divina y la de los hombres. Y sólo cuando
todas las leyes de los hombres sean consistentes con las leyes que
emanan de la autoridad divina viviremos en un mundo justo. Resultó que
el Movimiento de Derechos Civiles era el instrumento perfecto para
ayudarlo a darle vida a su causa. Lo seguimos, no por él, sino por
nosotros. A propósito, él dio el discurso “Tengo un sueño” y no el
discurso “Tengo un plan”.
Escuchen a los políticos ahora con sus planes generales de 12 puntos.
No inspiran a nadie. Porque hay líderes y hay personas que lideran. Los
líderes tienen una posición de poder o de autoridad. Pero los que
lideran, nos inspiran. Ya sea que se trate de individuos u
organizaciones seguimos a los que lideran, no porque tenemos que hacerlo
sino porque queremos hacerlo. Seguimos a quienes lideran, no por ellos,
sino por nosotros mismos. Son los que comienzan con el “¿por qué?” y
tienen la habilidad de inspirar a quienes los rodean o de encontrar a
otros que los inspiren.
Fuente: Simon SinekNeuroInnovación - RGP
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